martes, 18 de junio de 2013

Yo, agorafóbica.

Esta es mi historia.

Todo comenzó como algo pequeño. Desde que era niña fui muy delicada, cuando la presión me sobrepasaba terminaba en cama, pero todo empeoró conforme fui creciendo. Poco a poco los miedos se volvieron parte de mi vida, estaban junto a mí, dormían conmigo y la ansiedad que sentía por la decepción, por la vergüenza también fue en aumento, como una represa; fue llenándose poco a poco hasta que no pudo contener más y entonces se rompió dejando salir todo de golpe, vertiginosamente.

No podía dormir.
No podía comer.
No podía hablar con nadie.
No podía salir sin sentir que mi mundo se tambaleaba, que todo se volvía un asunto de vida o muerte.

Dejé de asistir a la escuela, me alejé de mis amigos, mi familia e incluso terminé con mi novio. No salía de mi habitación, sintiendo un vacío, una frustración, llena de miedo y avergonzada de mi misma. Cada que intentaba salir, tenía que volver a casa presa de un ataque de pánico. No podía ir más allá de mi casa.
La angustia mantenía mi garganta cerrada. Tragar saliva era una tortura, respirar, incluso vivir.

Pasaron 5 meses, 6 meses, casi un año completo.
Yo simplemente quería estar a salvo, en ese pequeño espacio de 20 metros por 20 metros. Quería volverme invisible poco a poco hasta que por fin, desapareciera.

A pesar de mi apatía, mi firme convicción de no pedir o aceptar ayuda, sabía que no podía seguir. Fue una proeza que pudiera ir al médico, la verdad no fue algo que saliera bien pero al final logré quedarme en el lugar, el tiempo suficiente para que me revisaran. Contestando pregunta tras pregunta, hablándole de mis síntomas, la frecuencia. Todo lo que había sucedido en esos últimos días.
Las horas dentro de la pequeña habitación de la consulta, se hicieron eternas y para cuando todo terminó, apenas podía controlar las palpitaciones, obligándome a tragar saliva espesa que me daba arcadas.

El diagnostico tardó un poco en llegar, pero cuando lo hizo fue contundente. Moviendo mi mundo de diferentes formas.
Fobia Social. Trastornos de ansiedad. Ataques de Pánico. Agorafobia.
Las palabras se sucedieron una tras otra y yo era incapaz de entender, de escuchar, el psiquiatra al que me enviaron no dejaba de hablar. Su voz era como una especie de lejano que taladraba mis oídos. Me hundí más en mi asiento.

La sensación de ser un fenómeno aumento de una manera drástica. No importaba lo mucho que el doctor intentara hacerme creer que lo que me pasaba no debía avergonzarme, que era una enfermedad como cualquier otra, pero ¿Cómo podía ser normal que mi cerebro perdiera el control sobre sí mismo y me hiciera creer que iba a morir cada que salía de mi casa?
Era bizarro. Patético.
Tomé mi tiempo para pensarlo antes de comenzar con el tratamiento. Medicamentos y terapia cognitivo conductual.

El primer paso que tuve que afrontar fue aceptar que este problema existía, que era mío, que estaba terminando con mi independencia, mi estilo de vida.
No fue algo fácil. Me costó demasiado aceptar que tenía un trastorno mental. Nadie quiere reconocer que es anormal o que es débil pero al final, logré hacerlo. No era mi culpa lo que me sucedía, yo no estaba fingiendo lo que sentía, estaba enferma...solo que de una manera muy distinta.

El tratamiento es lento, pesado, pero lo que más duele es que no importa cuánto me esfuerce, la gente a mi alrededor sigue negando el problema. Simplemente, no pueden creerlo. Mi familia se avergüenza de mí y no admiten abiertamente lo que me pasa ni a amigos o a conocidos. Mi mamá espera que me despierte en la mañana, salga de la casa como si nada y retome las riendas de mi vida en ese momento, hacer como que nada ha pasado pero es imposible.
Las cosas no funcionan así.

Negar que vivo con esto. Negar que debo seguir luchando con esta enfermedad, es como negar que existo. Para ellos soy invisible. La mancha de una familia aparentemente impecable.

Y si no existo, ¿para qué seguir esforzándome?

No hay comentarios:

Publicar un comentario